Durante la última dictadura
uruguaya, "el cuerpo de las mujeres fue utilizado como botín de
guerra", afirma Beatriz Benzano, quien décadas después del régimen
promovió, junto a otras expresas políticas, la primera demanda colectiva por
violencia sexual ejercida contra las detenidas en ese periodo.
Beatriz
Benzano. ex-monja, tupamara, sometida a torturas y abusos en la dictadura
Lo que hicieron los militares con las mujeres detenidas fue “un crimen de guerra”, asegura Beatriz, exmonja
que luego militó en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN),
guerrilla urbana que se inició en la década del 60 y fue derrotada militarmente
en 1972, antes que comenzara la última dictadura (1973-1985).
“El cuerpo de la mujer era usado como botín de guerra, en los cuarteles
nos entregaban a la tropa para que hicieran lo que quisieran con nosotras. Y
como campo de batalla, por eso lo hacían delante de compañeros o esposos”, relata Beatriz, quien estuvo encarcelada entre 1972 y 1976.
Ella es una de las 28 expresas políticas que presentaron en octubre de
2011 una denuncia contra más de un centenar de militares, policías, médicos y
enfermeros que participaron de las torturas y abusos sexuales contra las
detenidas.
La denuncia sostiene que las detenidas sufrieron especialmente “en su
condición de mujeres”.
El ensañamiento era mayor “por el hecho de ser mujeres y por ser ellos
una institución tan jerarquizada, autoritaria y machista”, sostiene Beatriz.
“No podían tolerar que nosotras nos hubiéramos salido del rol tradicional de
esposas, madres, amas de casa”.
“La desnudez forzada era lo
primero que nos hacían, al llegar al cuartel nos
arrancaban la ropa. En esa situación de vulnerabilidad e indefensión empezaban
a torturarnos y a hacer algunas prácticas de violencia sexual”, recuerda, con
la mirada empañada.
Cientos
de denuncias
Si bien hay unos 15 condenados en los últimos años en Uruguay por
delitos cometidos durante la dictadura -entre ellos los exdictadores Gregorio
Álvarez y el fallecido Juan María Bordaberry-, todos fueron culpados por el
delito de homicidio.
Con el regreso de la democracia en 1985 y la aprobación un año después
de una ley que frenó las investigaciones sobre los crímenes de la dictadura,
los detenidos callaron las torturas.
“Lo que hicimos fue pelear por memoria y verdad, tratar de encontrar a
los desaparecidos, nos parecía que era lo más urgente”, señaló Benzano.
Luego que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenara en 2011 a
Uruguay investigar y juzgar los delitos de la dictadura, las expresas evaluaron
que ahora sí podían denunciar. Pero se toparon con la gran dificultad para
hablar del tema.
“Hablamos con más de un centenar de compañeras, invitándolas a hacer la
denuncia, algunas que sabíamos que habían sido violadas, y al final quedamos 28
haciendo la denuncia. Hay compañeras del grupo que jamás lo habían hablado con
su compañero o durante
30 años de terapia no se lo habían dicho al terapeuta ni a nadie“, relata Beatriz.
Un proceso similar vivieron 90 expresos y expresas que presentaron una
denuncia separada, también en 2011, por las torturas y tratos degradantes
cometidos en las prisiones uruguayas, que llegaron a albergar unos 6.000 presos
políticos.
También en este caso, “más allá de identificar a los responsables y
castigarlos por un delito cometido, para nosotros lo fundamental es que se
avance en la jurisprudencia en el país para que este tipo de delitos nunca más
ocurran. Y que si ocurren, que haya instrumentos jurídicos reales y efectivos para castigarlos“, dijo a la AFP Clarel de los Santos, exdetenido y uno de los
impulsores de esta denuncia.
De los Santos sostiene que “durante muchos años se negó que la tortura
hubiera existido, una parte importante de la población no creyó”.
“Por eso nos parece ponerlo en el tapete: que existió tortura, que la tortura generó secuelas en una cantidad de
gente que nunca pudo rehabilitarse, que en general cambió para siempre a las personas que fueron torturadas. Aunque hayan hecho esfuerzos
por canalizar su vida no fue lo mismo”, enfatizó.
Beatriz coincide en que la sociedad uruguaya ha recibido las denuncias
sobre torturas “con asombro, como si nunca hubieran oído hablar (de esto)”.
“Creo que también todo el mundo trató de olvidar lo peor: el horror del
terrorismo de Estado”, sostiene. “Que estaban
todos los cuarteles y las comisarías del país convertidos en centros de tortura
y de exterminio, con cuerpos colgados del aire, balanceándose como muñecos,
desnudos siempre. Cuerpos tirados, amontonados, mugrientos, sangrientos,
desfigurados por los golpes en la cara, en todo el cuerpo, en los genitales,
donde se ensañaban, ultrajados, pisoteados”.
Ambas denuncias están actualmente en la Suprema Corte de Justicia (SCJ),
para que el máximo tribunal resuelva si se pliega al pedido de la defensa de
los acusados, que sostienen que los delitos prescribieron, basándose en un
fallo emitido por la propia SCJ para otro caso este año.
Sin embargo, en estos dos casos las víctimas aseguran que seguirán
adelante.
“Es urgente, no
podemos dejar ese fardo a las generaciones venideras”, dice Beatriz. “Los hijos y los nietos de ellos oyen que sus padres
o abuelos siguen reivindicando lo que hicieron. El trabajo es de justicia pero
también por un nunca más”.
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